Erika
Este es uno de esos momentos en los que me gustaría mucho, con toda la fuerza de mi corazón, hacerte sentir la intensidad con la que palpitan mis venas, la emoción que invade mi alma, el amor infinito que experimento y la curiosidad de niña por descubrir el destino al que me llevará esta hermosa aventura llamada vida.
Hace años, si alguien me hubiera dicho: "Mira dentro de ti, hay una fuente infinita de amor y luz, y es lo único que necesitas para ser feliz", no habría escuchado. Yo hubiera respondido con: "Viví una dinámica intensa en mi niñez, con mi papá, con mi mamá, también con mis hermanos, cuando nos fuimos a vivir a Machala, los tropiezos ocurrieron cuando entré a la universidad, y cuando me casé existieron conflictos con mi esposo, etc.

Sin saberlo, entregaba el control de mi vida a situaciones y a otros.
De alguna manera, aparecío alguien en mi vida para darme cuenta pero no como lo esperaba. “Hasta hoy, trabajas aquí” - dijo un día mi ex-jefe.
No lo podía creer. Era la empresa donde trabajaba de lunes a viernes. Era el espacio que destinaba mucho más de ocho horas al día, por el cual me levantaba por las mañanas a preparar artículos para publicarlos a clientes, cuya responsabilidad seguía a pesar de estar en aviones, en tráfico, en salas de espera, en fines de semana.
Recuerdo claramente ese 11 de marzo de 2013. En medio de lágrimas y con el corazón roto, con 20 libras de más y sintiéndome culpable por todo lo que estaba pasando, lancé al universo, una pregunta:
¿Para qué me voy a levantar por la mañana ?
Al cruzar la puerta de salida de esa empresa, terminó el reconocimiento que creía poseer y empezó la conmoción nerviosa seguida de la indecisión por no saber qué hacer. No sabía qué decir a mis padres y mis amigos. No quería que se enteren que fallé, que todo salió mal.
Cuando vuelvo la mirada a ese instante, siento que la búsqueda del reconocimiento me cegó. Quería que mis padres me reconocieran como una niña muy responsable. También quería que el reconocimiento de mis jefes para sentirme aceptada. Desde pequeño aprendí que cuando haces cosas por ellos, vuelven a verte, te sonríen, te agradecen. Cuando eso sucede te sientes amado.
Hoy puedo decidir que esa experiencia, me ayudó a dar un giro a mi vida y también a darme cuenta de quiénes somos.
Por un lado, aprendí que las acciones que hacía a otros me las debía a mí misma y a partir de entonces empecé a inundar mi mundo con mi propia luz, brillando desde mi interior. Escucho mis necesidades y mis sueños los hago realidad. Para algunos puedo ser un hermoso espejo, para otros puedo ser esa persona que mueve sus heridas emocionales.
Por otro lado, considero que todos somos seres maravillosos, seres completos, que podemos demostrar amor y compasión, respetándonos y aceptándonos tal cual somos.
Años después, cuando estoy viviendo esta maravillosa aventura de ser madre, puedo reconocerme como la facilitadora que mis hijos necesitan para venir a este mundo a manifestar su grandeza, a buscar dentro de ellos, a escuchar su corazón, a creer en lo que aman, a su felicidad. Así como también reconozco que puedo seguir brillando, mostrando mi luz, brillando hermoso, mostrándome vibrante con una sonrisa gloriosa.
Razones suficientes para levantarme cada mañana y ser feliz.